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La guinda de la torta

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Señor Director:

El penoso espectáculo originado por el aumento de gastos que hoy pretenden los honorables senadores, igual al que ya consiguieron los diputados, gracias a un aumento en el presupuesto de la Cámara de 4.400 millones, es una afrenta impúdica para el pueblo que los eligió. Estoy seguro, que ni al más mal pensado de los votantes, jamás se le pasó por la cabeza que los parlamentarios se privilegiarían ellos antes de los más necesitados. Las platas en cuestión son más que suficientes para derrotar definitivamente la extrema pobreza en nuestro país o dar un impulso significativo a la tan urgente educación pre escolar en las zonas más vulnerables.

Desgraciadamente, tenemos que tomar nota que el confort parlamentario tiene prioridad sobre las urgencias sociales. Tampoco podemos pasar por alto, que mientras se incrementaba en 4.400 millones el presupuesto de la Cámara, se disminuían por segundo año consecutivo 1.000 millones anuales en los recursos de la Fundación para la superación de la extrema pobreza. Lindo y conmovedor trueque. Me queda medianamente claro, una vez más, que nuestro país está al servicio de minorías dominantes, que como ya lo he dicho antes, se niegan a soltar la teta. Este es el germen de la desigualdad, la injusticia y el desorden social.

Hace rato que se nos perdió la agenda republicana, aquella de los valores, de la igualdad de derechos y oportunidades y de superación humana para todos.

Pienso que este tremendo error de nuestros parlamentarios, puede deberse a la fatiga y el tedio que produce una misma tarea repetida durante muchos años. La guinda de la torta es el bocado que cierra una celebración cuando ya no hay más fuerza y entusiasmo para seguir bailando. En este sentido es hora que pensemos en limitar la estadía de los honorables en el Congreso. Estimo que dieciséis años en el Parlamento en cualquier combinación de Diputación o Senaturía, es un tiempo más que suficiente para que una persona entregue lo mejor de sí con prolijidad y entusiasmo.

 

Así ventilaríamos un poco la política, abriríamos espacios a las nuevas generaciones y probablemente evitaríamos bochornos, como este de la guinda de la torta, que ha dado pie a tanto comentario.

 

Felipe Lamarca

 

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