spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Cuentos de Río Bueno

spot_img

Me gusta escribir porque:

A veces el tiempo se hace tedioso, las cosas se hacen aburridas y rutinarias, no encuentro forma de vaciar mis pensamientos, entretenerme, ni menos dejarme fluir en la sensación del descanso, la placidez y de la satisfacción.

Para mi ver una hoja en blanco, ya sea material o virtual, me llena de placer, de serenidad y de relajo, pues debido a ello dejo de lado lo antes mencionado como tedioso, que termina siendo una carga, para hacerme otra carga llena de fantasía, donde todo es como yo quiero, y se cumple lo que yo deseo, en un ambiente donde las cosas no pasan aleatoriamente sino que obedecen mis más remotos caprichos, la literatura, específicamente el escribir me hace ser dueño de mi, de lo que creo y doy vida, no soy por ningún motivo un dios, pero por mis letras me siento como tal, ante millares de letras que conforman tales narraciones.

En resumen, me llena de felicidad, saber que me complazco con crear un texto, que me sirve para expresar mis ideas y para demostrar que soy alguien con opinión y con una palabra que es importante respetar. No importa aquel que no me comprenda pero que sepa que lee algo que me sacó de la rutina y que es mi total dominio.

Ciclo Nocturno

El reloj de la sala marcaba las tres en punto, la llave de uso desconocido colgaba de este y su brillo abría los ojos de Bruno, la clase de matemática le aburría enormemente. Salió de su celda numérica, caminó por el pasillo del segundo piso, bajó las escaleras y se dirigió al umbral que daba paso al cemento esparcido en el gran terreno escolarizado. Bruno no era diferente a los demás pues tenía el mismo cabello negro; los mismos ojos cafés; la misma cara que cualquiera; lo único que difería del resto era su suspicacia y su dominio sobre el miedo. De pie en el umbral observaba la distribución de los edificios académicos, alrededor del patio donde muchos pequeños corrían despavoridos en busca del tiempo, para evitar que se escabulla y termine el recreo, jamás lo encontraban pero seguían cansando sus piernas, mientras Bruno bajaba las escaleras pequeñas del bloque de salas de enseñanza media. Al norte se encontraba el gimnasio; al este las salas de los más pequeños; al oeste la biblioteca y otros cuartos de relleno; en medio del cemento de la cancha gastada de tantas pisadas se encontraban como hormigas casilleros, bancos y pilares de techos inseguros. Bruno luego de esperar la soledad, se dirigió a la sala de computación al costado del gimnasio, se sentía muy bien al olvidar lo aprendido en la tarde, porque la hora ameritaba reflexión y descanso. El auxiliar se dirigió a él: “Joven debes irte, cerraremos muy pronto”, Bruno respondió:”Iré a computación, no moleste”, e irrespetuosamente dejó perdiendo palabras al desconcertado trabajador, gritó el caballero: “Te aconsejo no te quedes, no te conviene si deseas estar seguro” al ver que el muchacho desinteresado de normas huía de su llamado entrando en el cuarto electrónico.

Tempranamente en este colegio las horas confundían su trabajo y el día seguía desordenadas pautas, la oscuridad despertó impredeciblemente. Dentro de la red de aparatos en la sala al extremo del continente letrado, en medio del gimnasio y un edificio viejo de algún internado olvidado, Bruno entretenía su vagancia, de la nada surgió su interés de ocupar otro computador, la sala tenía una veintena de ellos dispuestos en mesas alargadas, y al cambiarse de lugar el joven sin ver la telaraña de cables que se entrelazaban locas bajos sus pies cayó violentamente para llegar a golpear su cabeza en el extremo metálico de la mesa.

Llegaron las horas nocturnas, recién a medianoche despertaba de su sueño forzado, sin dolor, ni regaño pero con deseos de escapar del cautiverio en que había estado prisionero sin saberlo. Se levantó del sitio en el cual estuvo postrado por horas, corrió hasta la puerta, la abrió a la fuerza, caminó unos metros para salir del callejón de salas para luego observar un extraño suceso. El Colegio tomaba vida de noche, cientos de niños de traslucida y radiante silueta corrían, se tomaban de las manos, jugueteaban gritando en silencio, espectros humanos, almas de seres extraterrenales, seres irreconocibles, todo el lugar se llenó de pequeños de extremidades intangibles, transparentes y de ojos azules conectados para mirar al nuevo visitante, haciendo caos en la mente de Bruno, pensando en cómo encontrar la salida, pues no sabía que “cosas” encontraría.

Sus piernas se dormían, todo su cuerpo sufrió el escalofrío de encontrarse ante un ejército de fantasmas infantiles que de la nada a los oídos del joven hacían llegar sonrisas, gritos, murmullos, crueles carcajadas mientras estos seres detenían sus juegos, surgiendo más y más desde las ventanas.

Los infantes aceleraron su movimiento y con bruscas manos, ojos desorbitados, curiosos persiguieron al adolescente que trató de buscar una forma de escapar, corriendo entre cientos de niños que saltaban para atraparlo, quienes con un brinco lo tenían plenamente a su alcance, Bruno empujaba a los que lo tomaban de los brazos y las piernas, pero injustamente los cuerpos eran atravesados por los puños rabiosos, los cuerpos trasparentes no tenían consistencia, ¿Qué eran tales presencias?. Logró zafarse de los atacantes y trepar en los bordes de las ventanas del edificio contiguo al campo de batalla, su ropa fue destrozada quedando gran parte de su torso descubierto mostrando las heridas del forcejeo, los niños gritaron, el ruido que emergió del abismo retumbó en los oídos del muchacho y en la curiosidad de estos surgió el deseo de exterminio. Cuando sintió que sus fuerzas se agotaban, el sonido de una campana escapó de las profundidades del cemento nocturno e instantáneamente la multitud desapareció ante los ojos impactados del ser viviente.

Observó su reloj, a dos horas pasadas de la medianoche, descubría que se repetía lo mismo que en el día, una jornada de estudio donde los alumnos eran materia incierta, concluyendo que tenía un tiempo reducido, pues debía escapar antes de que acaben las clases, es decir, antes de seis horas. La única frontera desolada y posibilitada para el escape era la puerta principal donde solo se llegaba por el edificio de Enseñanza Media, el problema era que ante toda posibilidad estaría cerrada completamente. Mientras caminaba entre la nebulosa esencia del entorno la atmósfera entregaba formas inexactas, trayendo consigo el olor putrefacto a cadáver; lo que lo hizo emprender la odisea para escapar, conseguir la única llave que conocía en ese lugar, que se encontraba en la sala de matemática.

Trató de abrir sus ojos abiertos pues nada veía ante tan clara capa de gas blanco en la noche, y al enfocar sus ojos en la escalera, en el mismo sector donde tomó orientación del lugar, un gran cadáver viviente, de carnes bañadas de líquido horriblemente asqueroso y espeso, observó el semblante temeroso del joven perdido, lo atacó violentamente, sacó garras enormes y potentes, con su enorme cuerpo de humano mutado como la peor mezcla entre dragón y hombre fuertemente erguido, lanzándolo lejos del área, cayendo entre los vitrales del umbral. Bruno corrió velozmente escuchando el rugido de la bestia a sus espaldas, el edificio ahora vacío se perdía en su propia oscuridad, poniendo como prueba la escalera y algunos metros hasta la sala, el campanazo de las cinco explotó atómicamente, los vidrios reventaron, las puertas se pudrieron, crujieron y exhalaron alaridos de dolor.

Velozmente el soldado nocturno sacó la llave de uso desconocido del reloj, sintiendo por primera vez el temor a la muerte, debido a que al salir del aula se enfrentó a un largo pasillo infectado de criaturas y ánimas transparentes similares a las anteriores, frente a grandes cuerpos de alumnos mortíferos corrió, ante empujones, mordidas y el frío penetrando su piel bajó la escalera dirigiéndose a la puerta de salida, el plazo había terminado pues era la hora del término. Frente a la puerta, cerró los ojos rogando suerte, olvidando su cautiverio y a sus atacantes, trató de abrir la puerta principal pero las campanas de las seis lo alejaron de lo material y finalmente sintió desaparecer el frío de su cuerpo y sus órganos.

El aventurero se convirtió en uno de ellos como muchos otros antes, en un ciclo que jamás tendría fin porque mientras existan vivos siempre existirán “aquellos”. El auxiliar llegó a las seis y media cuando el sol salía y encontró el cadáver del que el día antes no le había escuchado, lleno de heridas y graves mordidas. El hombre exclamó:”Otra víctima, por lo menos es reconocible”, limpiando la escena se preparaba para iniciar otro día de clases.

Christián Eduardo Tenorio Huenchual

spot_img

MÁS NOTICIAS

spot_img