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Editorial: ¿Y el fin del mundo?

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Una vecina del barrio en donde vivo y que ya es una abuelita, lleva como tres semanas preparándose para lo que se dijo en TV,  que sería una catástrofe de aquellas (terremotos y tsunamis).

Linterna, las pantuflas cerca de la cama, agua (que nunca está demás) y comida almacenada para varios días, fue la forma en la que eligió para enfrentarlo.

Mi suegro me dice en broma (eso creo yo), que hay que construirse un bunker porque las bombas o las enfermedades cataclísmicas no van a tardar en llegar. Yo me burlo de ello y le digo a todo el que me quiera oír, que no son más que supercherías inventadas por personas que no tienen ningún sentido de la responsabilidad y no que no es más que una moda que ha impuesto Hollywood, en donde las películas de catástrofes son grito y plata, tal como en los ’70 lo eran las de desastres y en los últimos años, lo fueron las épicas.

Y es verdad. Últimamente hay personajes -y abundan- que se encuentran anunciando desde hace tiempo con tal exactitud la fecha del fin del mundo (que ya lo quisiera Dios) que algunos de nosotros no pueden más que sentirse apenados, por aquellos que se atreven a creerles cada patraña que exponen con datos tan inverosímiles, que sólo de escucharlos, sabes que aquello no podría pasar.

Durante los últimos días del año 999 de la era Cristiana, Europa estaba viviendo la Baja Edad Media y sus habitantes -llenos de ignorancia por la nula educación existente- creían que el fin del mundo se produciría una vez que el calendario cambiase al año 1000. Se “veían” señales en todos lados y en cada hecho cotidiano: el vuelo de las aves, el tamaño de la luna, una eclipse de sol, las malas cosechas y cientos de falsos profetas que anunciaban que las llamas del infierno estaban ad portas.

Creo que de cierta manera, que muchos de nosotros (y me incluyo sólo para solidarizar) estamos en una situación similar. Estamos dispuestos a creer todo lo que se nos ponga por delante y todo lo que se nos ofrezca. Me parece que en la vida del mundo occidental sólo existen tres tipos de creencias: en Dios, en la Ciencia y en supersticiones basadas en seudo-ciencias u otro tipo de creencias que ahora no le pondremos un nombre específico, pero que aseguraban que los signos astrológicos se regían por los nueve planetas del sistema solar. Gran sorpresa fue el enterarnos recientemente por la comunidad científica, que Plutón no es considerado un planeta, ¿entonces que hicieron los practicaban esta rama alejada de la ciencia? cambiaron el orden de los signos, dejando atrás todas las miles de predicciones anteriores, que en cuestión, eran falsas.

Personalmente, prefiero creer en Dios ciegamente y en la ciencia en un 90 %. Porque como dijo Aristóteles, “El ignorante afirma y el sabio duda”; y elijo dudar, dudar de todo este tipo de patrañas que sólo hacen que la gente que no tiene la suerte de tener o acceder a una mejor educación o de no creer ciegamente en la fe que profesa, prefiere asirse de estos “personajillos” que tienen un programa en la madrugada y que tienen a medio mundo (porque al otro medio no) con los pelos de punta…como a mi vecina.

Prefiero preocuparme hoy, de los problemas reales: la contaminación ambiental, el respeto hacia nuestros semejantes y a los animales, cuidar a nuestros hijos, prevenir las dificultades y, por sobre todo, creer en Dios.

Leonardo Yévenes, Periodista y Editor  diario ElRanco.cl

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