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JUAN CARLITOS UNA MASCOTA MUY ESPECIAL

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(Relato de un niño de 7 años en los años ‘70)

Jaime Bórquez Zuñiga.

¡Kikeeee… Enriqueee, Enriquito… Baja y ven a mirar lo que te trajeron de regalo! gritaba a todo pulmón mi mamá desde la escalera. A mí primero me dio lata, porque estaba mirando una pelea del gran Martin Vargas, pero también pudo más mi curiosidad, que seguir mirando al “grande”… Y sin más ni más bajé.

Era la tía Mina Gorda, una amiga de mi mamá que siempre me dice alguna pesadez cuando meto mi cuchara en sus conversaciones. Para decir la verdad, me extraño que me trajera un regalo, eso quería decir que yo no le caía tan mal y lo que me decía, lo hacía para que crezca derechito como un arbolito y no chueco como las quilas.

Con toda calma, tranquilidad y cuidado, tomó una cajita de zapatos, pero sin zapatos, que tenía unos hoyitos por todos lados, me la pasó y me dijo que era un regalo atrasado por mi cumpleaños. No me quedó muy claro porque nazco todos los años como en Agosto y ya falta bien poquito para la Navidad… Pero, como dice mi amigo Cepillin: “A caballo regalado no se le lavan los dientes”, me olvidé de todo lo que estaba pensando y tomé la cajita, despacio muy despacio, ya que la podía asustar porque, creía que era una conejita de colita blanca o una araña con hartos pelos o una culebra con hartas patas… ya que esos “alimanes” duermen todo el rato y se enojan cuando uno los despierta.

Le di las gracias a la tía Mina Gorda que también se ganó un beso, porque yo estaba demasiado contento con el regalo y eso que me estaba perdiendo la pelea de Martín, que a esta altura, ya tiene que haberle ganado a su rival.

Bien despacito abrí la cajita y ahí me di cuenta que no era ni una coneja blanca con un pompón rosado en la cola, ni una araña patuda, menos una culebra con patas… ¡Había un pollito!, que en el momento que lo tomé me dijo ¡pío – pío! Como si me hubiera conocido de toda una vida. La verdad, que inmediatamente me encantó mi pollito, fue amor “a primera vista” como dice mi vecina Betty cuando cambia de pololo…

Como era fin de semana, no nos separamos más, le fui a comprar triguito, pero no resultó, era muy chiquitito y no podía comerlo, así que su dieta consistió en pancito remojado en leche que comía de a poquito y bien despacito. Lo bauticé Juan Carlitos, como el chico que le gustaba a la Fran… Era un pollito con personalidad, entero amarillito, algo así como un pollito “rucio” y no moreno como las gallinas de la abuelita Rafa. Sus patitas eran chiquititas y su boquita que se llama piquito, de color naranja, sus alitas también chiquitas, por eso creo que no podía volar.

En la noche puse la cajita que era como su casa, arriba del velador al lado de mi cama, lo miraba a cada rato y ahí me di cuenta que los pollitos parecen que no duermen, porque hasta que a mí me venció el sueño, siguió paradito y ni siquiera hizo el menor intento de acostarse. A la mañana siguiente me desperté con los pío – pío de Juan Carlitos. “Divirtiéndonos” estuvimos todo el día, el Teo Pacheco y Cepillin me fueron a buscar para salir a jugar a la calle, cosa que obviamente no podía hacer, porque tengo una gran responsabilidad cuidando a mi pollito. Fue entonces que al genio de Cepillin se le ocurrió que saliera a jugar con Juan Carlitos. Cómo será de “asopado” este Cepillin, si todo el mundo sabe que las calles están llenas de gatos y que los gatos comen pájaros y que Juan Carlitos es un pájaro aunque le digan de sobrenombre ave.

Así pasaron los días y Juan Carlitos empezó a crecer y crecer hasta que por fin pudo comer trigo, fue raro ver que su pelo rubio bueno, sus plumas de color amarillo empezaron a ponerse blancas como el pelo de mi mamá, ahora sí que mi pollito es especial…Es el único pollo del mundo que tiene canas.

Un buen día me enfermé, parece que muy grave porque el doctor me fue a ver a mi casa y eso pasa cuando uno se enferma grave nomas. Cuando ya me sentí mejor, mi mamá me dijo que el pollito no se movió de mi lado durante los tres días en que estuve malito, que comía poquito y me dejaba solo cuando iba al baño. Cuando desperté se puso bien contento, sin embargo en vez de decirme pío – pío como muchas veces lo había hecho, me dijo un tremendo Quiquiriquí que cantó a todo pulmón y dejo campaneando mi oreja derecha. Eso quería decir que había cambiado de voz o sea, que había pasado la edad del pavo y ahora estaba en plena adolescencia. Ahora ya grande, no podía dormir en mi pieza, sin embargo se las arreglaba para saludarme todos los días a las siete de la mañana con un gran Quiquiriquí, tenía su vida propia y pololeaba como con siete gallinas de todos los colores y edades.

Un día al volver de la Escuela, mi mamá me dijo muy apesadumbrada que Juan Carlitos se había escapado persiguiendo a una gallina de la vecina Kiche y no había vuelto a aparecer. Al otro día mientras cenábamos pollo al horno con papas fritas, me acordé de mi amigo que se fue sin despedirse y sin que me diera cuenta comenzaron a salir lagrimas de mis ojos. Una vez terminada la cena mi mamá toda tierna me contó que cuando salió a buscar a mi Juan Carlitos por todo el barrio se encontró una cajita de zapatos en la cual había un lindo gatito de color blanco y ojitos celestes y saltones que me miraban de arriba para abajo…

Espero que mi nueva mascota esté conmigo por mucho tiempo porque, como dicen que los gatos tienen siete vidas, jugaremos mucho, mucho hasta cuando yo sea viejito…

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