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¿ La verdadera Violeta ?

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Una Violeta que no se lava ni se peina ni se baña, caracterizada en la obviedad, que es lamentable antítesis de la Violeta inasible que es y seguirá siendo. Lo obvio, melodramático, exagerado, perfectamente elaborado en una producción con calidad fotográfica, reitera y repite los recursos de la niña chorreando maqui o la mujer que camina por el campo con las faldas largas en las soledades de comienzo a fin, como si la Violeta hubiera hecho una sola vez esa travesía, tal vez para aprovechar la escena y ahorrarse gastos en locaciones o porque simplemente ese fue el hilo central que se eligió.

Es tan difícil abordar a Violeta Parra y fácil caer en los estereotipos que la información errada en el tiempo ha ido sumando a las fantasías de cada uno. La lectura del público que la ama por su obra, se confunde con la visión del hijo Ángel en su libro “Violeta se fue a los cielos” que inspira esta película y que curiosamente, se va al otro extremo de lo que muestra el libro, siendo éste un abordaje liviano y lleno de humor y en cambio la película muy extensa, densa y repetitiva, con chistes que no dan risa, con un final evidente ( el disparo) y ganas de salirse del cine porque ya se sabe todo lo que viene como a partir de la mitad.

No importaría la omisión de otros personajes que mucha gente podría demandar, como Isabel o Nicanor o los tíos Lalo y Roberto; el problema es que el personaje del niño Ángel o adolescente, es un joven sin nada que decir; la Carmen Luisa, una niña apática sin nada que decir y el amor de Violeta, Gilbert, es un personaje que sólo se parece físicamente, con su acento de gringo. Ninguno de estos personajes tan cercanos, tiene la chispa o expresión esperada.

Se destaca el trabajo de Francisca Gavilán, quien se esfuerza grandemente por representar a una Violeta que no conoce, pero que intenta sentir y eso lo demuestra, para salvar la cinta en un buen porcentaje. Muy bien por la Francisca Gavilán, (aunque no es necesario caminar como pato para parecer campesina) ella se envuelve en la Violeta por entera, además de un canto afinado y potente. Se excede en lo bruta, no pudo ser elegante y ruda a la vez, cojea en eso. Matizar las voces, al hablar, usa un tono de huasa neutra, no de chillaneja de hablar clarito, lento o gravemente cantado o gritado o llorado. Y las conversaciones son pobres, salvo la entrevista convencional en blanco y negro que es de lo mejor logrado. Pues ahí la Violeta aparece más cercana y lúcida, sin ropajes extraños ni sobreactuación.

Un raconto desordenado, basado en hitos con grandes saltos insólitos, poco desarrollo de contexto, pobres relaciones en general. La relación con Gilbert está retratada en forma precaria, no ahonda en ningún misterio, aunque aparece como clave y causante del mayor conflicto, en el que ella es una mujer demandante y agresiva, ignorante y bruta para amar, celosa, a un hombre menor que ella. Qué lástima que Wood no leyera las cartas.

Donde está la delicadeza? La divertida y carismática? La conversadora insólita? La magia? Pero siempre todo se salva con la música. Buena salida.

Algunas escenas dignas de destacar: “Volver a los diecisiete” lo rescataría como Video Clip; la actuación en Polonia, (a pesar de que la Violeta teñida de negro y con permanente no tiene nada que ver), las conversaciones con campesinos y el canto a lo poeta, son momentos que retratan el alma y la búsqueda de la Violeta; el velorio del angelito, escenas de la Violeta en la oficina del director del Museo del Louvre, momentos bien logrados.

En La Carpa de la Reina hay una exacerbación grotesca de lo miserable, sucio, polvoriento. Se hace largo y tedioso esperar el disparo. La personalidad resentida de Violeta no calza. Esas son las obviedades. La carpa estaba en la Reina, pero dentro de una ciudad con calles, en el Parque La Quintrala. Aquí la pusieron arriba de un monte lejano, en un tierral. La Violeta queda como con mal ojo…y no hay ningún contexto donde situarla. No aparece la forma detallada en que Violeta hacía sus recitales y escenografías y precisamente la Carpa de La Reina, que era humilde, pero llena de detalles finos; la construcción de barro pintado de blanco, las puertecitas de totora, piso de tierra, pero todo limpio y hermoso, nada tiene que ver con esa construcción tan deplorable.

Como bien ha dicho el director de esta película, pueden haber muchas más visiones y por ende no se puede hacer una crítica destructiva, no es la idea, sin embargo, ¡cuánto se extraña la magia, el humor, la ternura! Sobra lo burdo: como la palabra “Jetón”, “relamío”, que vienen de un arquetipo falso.

Faltó mayor profundidad en la dualidad pasión y dulzura, rabia y alegría, profundidad y finura, que es parte esencial de la Violeta, tal como se puede apreciar en sus letras, en su obra visual, en su música. En cierto modo estas carencias se suplen cuando se acude al canto directamente, atinado recurso para mostrar lo indescriptible. Eso se extraña. Hace falta la Violeta que retrata Nicanor en el poema “Defensa de Violeta Parra”, la que se retrata a sí misma en las cartas, en las canciones como “La lavandera”, en las décimas autobiográficas.

El contexto social y político de la época es pasado por alto completamente, como si en aquellos años sólo se tratase de un Chile lleno de tierra y de ahí uno se sube a un avión a Europa.

Mucho trabajo para el próximo cineasta que se atreva. Violeta Parra es insondable y llena de vericuetos, imprevisible, pero por sobre todo, de una profundidad que no se puede olvidar. Me parece que se cae en lo obvio, en las caracterizaciones exageradas de lo desgreñado, del trato a su amor siempre de mierda y de hacer aparecer a una Violeta sufrida por un desengaño amoroso en esencia. Los misterios de Violeta Parra parecieran no existir, su poesía, su encanto, sus dimensiones internas. Es cómodo hacer hincapié en los hitos evidentes de una biografía.

Y un detalle: las marcas de la viruela son exageradas, como si fueran lo más importante. La sensación que queda es triste, los fragmentos que se repiten cansan y los que se omiten hacen caer la balanza hacia lo grotesco, que da pena y duele la guata.

El ojo del gavilán o del gallo o de la Violeta, con esa enorme lupa o zoom, otro recurso repetido que cansa y molesta.

Saludos a todos y qué le vamos a hacer. Vayan a verla, pero no se la crean toda. Ni piensen que la Violeta no tenía femineidad o que era una bruta, porque no es verdad y eso duele. En fin.

Tita Parra

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