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Musita, música (Semblanzas de La Unión)

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Por Rubén Ramírez Caro

Le preguntaron cierta vez a Jesús, cómo era el rostro de Dios. Dicen que miró con ternura al grupo de personas que le seguía y mirando, buscó un lugar sombreado en la campiña para sentarse. Luego con suave tono preguntó: ¿Qué facciones tiene el amor? ¿Quién sería capaz de dibujar el rostro de la sabiduría? ¿Tiene ojos la ternura, la tolerancia o la fidelidad? ¿Podéis describirme la faz de la música?…Así es el Padre de los Cielos. Sin rostro y con los mil rostros de la belleza, del perdón, de la risa, del poder, de la paz y sobre todo, de la misericordia…

 

Conocí a Don César Ávila Lara en el centenario colegio primario Honorio Ojeda Valdera (ex escuela N°1). Apareció así, de improviso. Vestía en ese tiempo un terno verde petróleo claro, mocasines café, corbata a rayas rojas, verde y amarilla. Traía entre sus manos una caja estuche. Los treinta y ocho niños que conformábamos el segundo “A”, apagaron de golpe sus conversaciones al verle aparecer. Saludó al profesor y explicó que venía a reemplazar por unos días a nuestro profesor de curso, Don Tulio Medina Zúñiga.

 

Recuerdo que nuestra sala de clases estaba en el segundo piso de un pabellón, ubicado en el lado norte del establecimiento. En el primer piso, había una sala donde estaban los instrumentos de la brigada de boy scouts “Cesar Augusto Sanhueza”, cuyos dominios eran exclusividad del profesor Fernández, en aquella época.

 

Don César Ávila, en esa primera ocasión y aprovechando el silencio total de los educandos, extrajo de su estuche un violín. Instrumento musical que, estoy cierto, pocos conocían en “vivo y en directo”. Sus diestras manos pasaron el arco acariciando las cuerdas del delicado instrumento y asomó, como por ensalmo, la vibrante música de nuestro himno nacional.

 

La clase fue sensacional. Tras los vidrios de las ventanas asomaban las puntas de elevados cerezos y una horda de gorriones, equilibrándose precariamente, curiosos volteaban sus plumosas cabecillas para ver y escuchar la asonancia del violín que pregonaba su presencia en esos lares. Dominios de aves domésticas en el suelo y canoras en las alturas.

 

Don César, el profesor, trazó en el pizarrón la escala musical: do-re-mi-fa-sol-la-si-do…Y en forma sucesiva desfilamos hacia el pizarrón para entonar las notas musicales. De allí, nos ubicó el maestro, según su criterio musical en bajos, barítonos o tenores.

 

Formó un coro de alumnos y por obra y gracia de nuestro maestro nos transformamos en un grupo coral que se presentaba en el colegio en actos de todo tipo.

 

Luego con el paso de los años, allá por la década del 70, me enteré que formaba parte del staff gubernamental en la ciudad de Osorno y un día aciago, cuando los militares se tomaron el poder, cayó bajo las balas asesinas que troncharon de golpe la vida de un gran educador, Don César Ávila Lara (Q.E.P.D.). Vaya en este breve boceto, un sentido homenaje a uno de mis formadores que me inició como discípulo en tal vez, el arte más bello de la creación humana, la buena música…

 

Rubén Ramírez Caro

Cronista y Escritor Miembro de SECH

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