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Vacaciones…

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En época de vacaciones siempre recuerdo la primera actividad que debíamos de realizar en Marzo de vuelta en clases: “Una composición sobre tus vacaciones con un dibujo”.

La actividad era agradable, dependiendo de si tus viejos te habían llevado de vacaciones a alguna parte o desagradable si te habías quedado pegado en tu casa…Había que inventar nomás, no se podía quedar mal con la profesora y menos con tus compañeros de curso, que no te la perdonarían hasta bien entrado el semestre.

Lo más esperado y divertido, era el momento de leer las composiciones realizadas por los precoces autores. Había de todo: viajes al campo, viajes a otras ciudades reales o imaginarias, viajes a la playa y uno que otro viajecito al centro de la tierra, al mundo submarino de Jack Cousteau o simplemente al espacio. Para ejemplo un botón, o mejor dicho dos…

En carpa a Centinela

(Vivencia del Teo Pacheco)

A mi papá se le ocurrió ir de vacaciones a un lugar llamado Centinela, que queda en el Lago Llanquihue, a la vuelta de Puerto Octay. Mi papá estuvo juntando lucas y monedas todo el año…Las metía en un tarrito que decía “vacaciones”. ¡Se puso más apretao!, si no me daba ni pa’ comprar dulces y a mi mamá le prohibió comprar Bilz y Pap y nos hizo tomar puro jugo royal de ese que te deja colorada la lengua; si hasta él no tomó más Pilsener, ni siguió fumando esos cigarros hediondos que se llaman Hilton.

Mi mamá salió conmigo a comprar las cosas, mientras la María Elena y la Anita quedaron en la casa haciendo pan, un kuchen de manzanas y unos calzones rotos como para hartos días. A las 10 de la noche más o menos, revisamos todo lo que llevábamos para que no falte nada y lo principal, que no se quede nada.

Mi mamá me pegó un coscacho en la cabeza porque me pilló comiendo unos calzones rotos… Sí, les quedaron más ricos a mis hermanas y ella se enojó…sí sólo me comí ocho. Partíamos al otro día y el living estaba lleno de cosas, las pa’ comer y las que no…De repente mi papá dio un grito súper fuerte, como si se estuviera muriendo: ¡Me olvidé de pedirle la carpa a Panchito! y todos nos largamos a reír porque nuestras vacaciones eran en carpa… y sin una carpa, chaíto nomás las vacaciones. Bueno, mi mamá se enojó un poquito y le recordó parte de la parentela. A esa hora partió el viejo a buscar la carpa, llegó re tarde y con un poquito de copete, ya que Panchito le convidó cerveza y como ya no tomaba para ahorrar, se anduvo mareando. Pobrecito, ahí se lo agarró mi mamá de nuevo, pero cuando vio la carpa se le pasó, se puso a reír y le dijo que ahora se curaba oliendo la chapita.

Dejamos todo arreglado y nos fuimos a dormir, a la espera que pasé mañana el tío Juan a buscarnos en su camioneta Opel de color azul. En la noche no pude dormir casi nada, aunque la Anita me dijo que dormí como un Lirón, cosa que no entiendo. El tío Juan había llegado qué rato cuando empecé a despegar mis ojos. Me vestí súper rápido y bajé del segundo piso, saludé al tío Juan, a la tía Mina, al Felipe y a la Marcelita que a mí me cae muy bien, y como el tío Juan es tío sólo de respeto, ella no es mi prima ni nada por el estilo, algún día quien sabe…

Mi primer viaje en tren

(Una vivencia personal)

Esa noche no pude conciliar el sueño. A mis diez años era demasiado para mí y no sabía si esto se debía por ser mi primer viaje en tren o porque me iba de vacaciones al campo de mi tía Flor… Ya en la mañana, rápidamente tomé desayuno; corriendo fui a tomar la micro, cuyo recorrido habitual se me hizo interminable. Ahí estaba yo, esperando el tren, con mi bolso de viaje y el «cocaví» que mi mamá me había preparado.

La estación de trenes de Osorno es impresionantemente grande; las manos me transpiraban, la boca seca y las cosquillas en el estómago eran claros indicios que mis nervios no aguantaban tanta espera… ¡cómo poder apurarlo! pareciera que mirando en la dirección que venía, apuraría su marcha. Por fin lo divisé a lo lejos, con su humeante chimenea y su sonido característico. Era igual como lo había visto en las viejas fotografías, con su chorro de vapor y su enorme chimenea.

Raudamente me subí. Obviamente me senté junto a la ventana donde podía observar todo el hermoso paisaje del sur de Chile. El movimiento era maravilloso, qué importaba que el asiento fuera de madera y no se pudiera ir sentado en dirección contraria. Tan absorto iba en este viaje, que no me di cuenta cuando ya estábamos en la estación de Río Negro. Había viajado solamente 20 kilómetros, pero para mí, fueron toda una vida.

Jaime Borquez Zuñiga

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