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Cesante

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Jaime Bórquez Z.

Hace tiempo empecé a escuchar sobre la crisis mundial y su efecto y que una de las cosas importantes era mantener el empleo. Jamás me imaginé que en ese tiempo sería una de las personas que integrarían el 8,5 % de cesantía que hoy tiene nuestro país, igual que los Estados Unidos. Fui despedido de mi trabajo.

Tengo una imagen clara sobre los días posteriores a mi despido, sin embargo, estaba tranquilo, percibí claramente mi entorno, mantuve mi forma de vestir y el modo de plantearme la vida, mi ánimo no decayó y no baje ni un gramo de peso a pesar de que en otros tiempos hubiese estado ciego y sumido en las tinieblas que me rodeaban. Si hubo un momento en que tuve la carne viva, hoy sin duda ya tengo cuero de chancho. Aprecié más a mi familia, mi esposa, mi suegra, mis cuñados y especialmente mis hijos, pues sentía que los tenía abandonados porque “mi trabajo estaba primero”.

Para mí los afectos son fundamentales, genero vínculos con las personas, me entrego, por eso no tolero que me rechacen…Cuántas fueron las veces que puse mi cabeza por defender a un colega, o los apoyé en su trabajo… De veinte “amigos” con los que trabajaba, solamente dos llamaron para preguntar.

Aprendí la lección e hice una selección de amistades muy radical, eliminé de mi vida a quienes me dieron la espalda, comencé por borrar los teléfonos de todos los que no estuvieron, que no apoyaron. A lo mejor tuvieron sus razones pero “mala cueva”. Sólo me quedé con la gente que de verdad valía la pena. Recuerdo que siempre Gloria, mi pareja, me recordaba que la vida da vueltas como una ruleta, o como dice su primo futbolista, “no siempre se baila con la fea” y como efectivamente la vida es así, hoy el horizonte se ve luminoso, como usualmente sucede: la gente de “la competencia” valoró más mi trabajo que los mal agradecidos a los que les entregué mi vida por cinco años.


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