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Depresión: ¿Enfermedad de ricos?

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24 jul de 2015. Por Dr. Hernán Sandoval Orellana, Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud. UDLA-Universidad de Las Américas

El diputado Osvaldo Andrade dijo que la depresión es una enfermedad de ricos. Profundo error, hay suficiente evidencia, nacional e internacional, de que ello no es así. Mientras más baja sea la posición en la escala social de una persona, por ingreso, ocupación y educación, más probabilidad existe de que sufra una depresión. Esto lo avalan estudios recientes sobre una gran cantidad de países, en los cuales han participado científicos chilenos (ver por ejemplo: Country-and individual-level socio economic determinants of depression: multilevel and cross-national comparison. Dheeraj Rai, Pedro Zitko, Kelvyn Jones, John Lynch and Ricardo Araya. BJP 2013, 202:195-203).

Sin entrar en detalles técnicos, podemos afirmar que los estudios acerca de depresión y condición social señalan, no solo que hay el doble de probabilidades de hacer una depresión en los que están en los quintiles más bajos, sino que en ellos éstas son más prolongadas, de difícil curación, y cuando mejoran, tienen mayor probabilidad de recaídas. En cambio, entre las personas de niveles más altos hay mayor frecuencia de curación y menos recaídas.

En nuestro país la depresión, incluida en el AUGE, tiene más de cuatrocientos mil inscritos para acogerse a sus garantías y es una de las patologías más frecuentes de este plan, con el agravante que al tener escasas probabilidades de curación este número aumenta, porque llegan casos nuevos, sin que los que ya están, salgan. Si se proyecta el número actual de casos acumulados, al año 2020, la depresión pasará a ser la enfermedad que más discapacidad produce, por pérdida de días trabajados o por discapacidad laboral permanente. Esto, sin considerar el sufrimiento de los que la padecen y el grave deterioro en la vida familiar y social asociado

La depresión es una enfermedad socio-cultural prevalente en nuestros tiempos, que si bien tiene expresiones biológicas, es producto de una constelación de factores, entre los cuales los determinantes sociales tienen primerísima importancia. Esto no se entiende así y se le trata principalmente con medicamentos antidepresivos, que disminuyen los síntomas más severos, e incluso evitan suicidios, pero no logran curar. Mientras no haya políticas públicas integrales, con manejo psicoterapéutico y apoyo familiar y social, la depresión será un flagelo mayor en nuestra sociedad. La depresión no necesita de hospitales para curarse, sino de servicios de salud integrales que acojan y apoyen a los pacientes y sus familias, no solo que les entreguen medicamentos que los hacen dependientes de ellos. La práctica actual genera enormes beneficios a los productores de medicamentos que al tener una población creciente de personas consumiéndolos, no interesa que superen su condición porque dejan de ser consumidores, especialmente sabiendo que los cuadros depresivos se manifiestan en los cuarenta y con una esperanza de vida promedio de 80 años en nuestra población, hay un mercado interesante.

Los legisladores contribuirían a mejorar la salud de la población si propiciaran una atención de salud participativa y humanitaria.

 

 

 

 

 

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