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(Verdaderos) Bosques para Chile

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17 Junio 2014.

Columna de opinión de Carlos Zamorano, ingeniero forestal, programa de doctorado «Ecología. Conservación y restauración de ecosistemas», Universidad de Alcalá de Henares, España.

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Recientemente, el presidente del Colegio de Ingenieros Forestales publicó una columna en un importante medio de comunicación digital acerca de la prórroga de la Ley de Fomento Forestal. Según afirmó, este gremio estimó necesario realizar algunas precisiones sobre el debate que se ha instalado en torno a esta iniciativa legal y sobre el modelo forestal que necesitamos. Si bien en ningún momento se emiten juicios directos sobre si es o no deseable esta prórroga, es evidente que se hace una férrea defensa de ésta. En este contexto, y a título personal, creo relevante precisar aquellas precisiones.

1. Constantemente, y por décadas, se ha hecho referencia al rol del incentivo de las plantaciones de especies forestales exóticas en el “desarrollo”. Sin embargo, un verdadero desarrollo (=bienestar) impulsado por políticas forestales de mediano y largo plazo implica necesariamente un fomento forestal integrador, que considere las otras funciones ecológicas tan o más importantes que la madera, y que respete tanto los conocimientos como las necesidades locales.

2. Continuar extendiendo un modelo forestal insostenible, cuyo único objetivo es obtener la máxima rentabilidad sin considerar las «externalidades» sociales y ambientales que genera, obedece – a mi juicio – a un afán que sólo busca limitados beneficios a un muy limitado segmento de la sociedad chilena.

3. A pesar de las cifras que entrega el Colegio de Ingenieros Forestales, en relación a las bondades de este modelo, es innegable que las comunas más pobres y con menos «desarrollo» corresponden a aquellas que concentran las plantaciones de pino y eucalipto, monocultivos que además han generado serios impactos en la conservación de suelos, provisión de agua, pérdida de biodiversidad, migración rural hacia las ciudades, y un largo etcétera. Estos son elementos tangibles, y en absoluto pueden considerarse «mitos», concepto aludido frecuentemente por algunos gremios y empresas forestales más grandes y poderosas del país.

4. Un verdadero mito creado y sostenido por la CORMA y los intereses comprometidos en el rubro forestal industrial es aquel que asegura que las plantaciones de especies exóticas de rápido crecimiento permiten proteger los suelos y recuperar los que se encuentran erosionados, y que este desierto verde representa los “bosques para Chile”. Sin duda alguna, las cifras macroeconómicas demuestran la importancia creciente que esta industria forestal exportadora de materias primas tiene en la economía chilena. Pero estos números, recurrentes pilares que sostienen la defensa de este modelo, no reflejan la precarización del empleo que dicha industria genera, ni mucho menos la realidad de paisajes, de comunidades rurales extintas, de ríos y vertientes que dejaron de fluir, de flora y fauna que se refugia en lo profundo de quebradas. Menores impactos ambientales serían posibles si estas plantaciones fuesen diversas, manejadas de manera menos agresiva e intensa, y si se respetasen al menos (AL MENOS) los cursos de agua y las pendientes pronunciadas (la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo ha realizado numerosas denuncias al respecto). Estos monocultivos producen un tipo de follaje que difícilmente es degradado por la microfauna del suelo, afectando su fertilidad. Además, miles de hectáreas cubiertas por un único tipo de especie implica un único estrato tanto a nivel de copas como en el subsuelo a nivel de raíz. Ello impacta en la evapotranspiración y en el drenaje del suelo, el que deja de actuar como una «esponja». Un bosque nativo, con la complejidad y diversidad que lo caracteriza, no sólo implica un régimen hídrico menos extremo (existencia de caudales también en la época seca del año), sino también una mayor fertilidad de suelos. Además, la tala rasa que suele utilizarse en la explotación de las plantaciones implica la absoluta exposición del suelo por al menos 6-7 años, período que tarda en ser nuevamente «protegido» por las copas de las nuevas plantaciones. Junto con ello, la continua extracción de árboles completos significa el agotamiento de las miles y miles de hectáreas que estos ocupan.

¿Porqué no, entonces, fomentar el manejo sustentable de nuestros bosques nativos con el mismo decidido apoyo con que se ha incentivado el pino? En el largo plazo se tendrían impactos que irían mucho más allá de la madera. Bosques de alta calidad, productivos desde todo punto de vista, con un tipo de manejo de bajo impacto que permitirá productos de alto valor en conjunto con unos paisajes majestuosos, en el que ríos y vertientes volverían a fluir, mejorando la calidad de vida no sólo de los campesinos, sino que de todos los chilenos. El turismo se convertiría rápidamente en una de las principales «industrias» del país, y no tendrían que malgastarse millones y millones por todos los problemas socioeconómicos que el actual modelo implica. La ruralidad no sería amenazada, la importancia de nuestros ecosistemas forestales sería reconocida, valorada y respetada, y finalmente lograríamos ese bienestar que tan majaderamente es confundido con el desarrollo. Como ingeniero forestal e investigador, recalco que los argumentos expuestos no corresponden a mitos ni leyendas, sino que ha hechos basados en evidencia y en la realidad, esa que a algunos actores privados y públicos tanto trabajo les toma (re)conocer y en base a la cual se debiese legislar.

 

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