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Un poco de tu tiempo

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07 diciembre 2013.  

Jaime Bórquez Zúñiga. Administrador público. Profesor de E.T.P.

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Una noche de invierno particularmente mala, de vientos fuertes y abundante lluvia, me encontraba en el comedor de mi hogar frente al computador, trabajando en un proyecto que debía presentar al otro día.

Al calor del fuego de la combustión lenta, las ideas y los números se agolpaban en mi cabeza. En ese momento no existía más mundo, no sentía la lluvia ni el fuerte viento. Absorto en mi trabajo, no me había percatado de la presencia de mi pequeña Javiera, mi niña de 6 años, quien con voz entrecortada me dijo: ¡Papito, tengo susto!

Dejé lo que estaba haciendo, tomé a mi niña y con ella entre los brazos me acerqué al fuego. Estaba helada, había estado largo rato al lado mío sin decir nada, para no molestarme…

Mi pequeña se quedó dormida en mis brazos y así estuvimos un rato, ella durmiendo plácidamente, sintiéndose protegida, y yo cavilando sobre lo sucedido. En la poca atención que le estaba dando a mi pequeña ante la inseguridad y miedos de sus primeros años.

La hacía dormir todas las noches y hace un tiempo lo había olvidado.

Recordando esta situación hogareña, no puedo dejar de mencionar el siguiente relato:

Cuenta la historia de un padre que, al llegar a casa, vio que su hijo rápidamente salía a su encuentro y después de saludarlo, le decía:

-¡Papito! ¿Cuánto ganas por hora de trabajo?

El padre un poco contrariado por la pregunta, frunció el seño y le respondió:

-¿Para qué quieres saber eso? Ni a tu madre se lo he dicho ¡No me molestes, que estoy cansado!

Sin embargo la curiosidad del niño pudo más y volvió a preguntar.

-Pero, papito, ¿cuánto ganas por hora?

La reacción del padre esta vez fue menos severa y le contesto.

-¡Bueno, hijo, gano $ 10.000 por hora!

-¡Ah! Entonces, ¿me podrías prestar $5.000? -preguntó inmediatamente el niño.

El padre ahora muy enojado le dijo:

-¡Para eso querías saber cuánto gano, para pedirme plata! ¡Anda inmediatamente a acostarte!

Con el transcurrir de la noche, el padre había meditado lo sucedido con su hijo. Con el pecho apretado, fue al dormitorio del niño.

-¿Duermes mi niño? -preguntó.

-No, papito -contestó el pequeño.

-¡Aquí tienes el dinero que me pediste! -dijo el padre, al tiempo que le entregaba el billete.

-¡Gracias, papito! -contestó el pequeño. Y metiendo su manito debajo de la almohada, sacó otros billetes:

-¡Papito, ahora ya lo tengo todo, tengo los $10.000! ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?

 

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